«Mi testimonio de cómo tuve que preparar a un niño con cáncer para su muerte»

Típico día frío de invierno de una tarde de un viernes cualquiera. La radio encendida y el parloteo constante de los jóvenes que me acompañaban.

Mendigos en la calle y una chica joven que salía de la peluquería, al parecer con prisa

La premura y el ritmo de una sociedad que no permite detenerse a pensar qué sucede a tu alrededor, le impidieron darse cuenta de lo que sucedió después.

Como todos los viernes, ingresé a la entrada principal del hospital donde son atendidos los niños que padecen algún tipo de cáncer, especialmente de leucemia.

Me detuve porque reconocí a una de las madres de aquellos niños que había visitado en ocasiones anteriores. Su rostro entumecido, sus manos temblorosas, su cutis cuarteado por los años de sufrimiento y abnegación al cuidar de su pequeño Jonathan de una leucemia que había culminado en una metástasis de cerebro.

Bastó un segundo para que me reconociera ella también.

Jamás olvidaré sus ojos suplicantes en petición de ayuda

Habíamos llegado a entablar una relación muy intensa. Sabía toda su historia y la de Jonathan, y todos los esfuerzos que había hecho para lograr la curación de su hijo. Me había contado cómo había conseguido unas ayudas del gobierno para lograr pagar el tratamiento médico.

La familia entera se había unido para poder ayudar y reunir todos los ahorros para salvarlo

 

fundacionannavazquez

Cuando me detuve en su mirada lo supe todo. En ese momento el médico de cabecera le informó que todos los esfuerzos hechos hasta ese momento habían resultado inútiles, que ya no lo podían mantener por más tiempo en el hospital y que se lo debían llevar ya a casa, sabiendo que empezaba la peor parte: el desenlace de una vida que apenas comenzaba.

No se de dónde pude sacar fuerzas para consolarla y hacerle saber que mis amigas y yo estábamos con ella».

Cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que lo único que me pedía era que fuera yo quien comunicara a Jonathan que ya se iban a casa y por qué. Yo sabía que venía la peor parte: dolores insufribles, tratamientos con morfina para calmar el dolor que solo se aliviarían durante 10 minutos al día, etc. Y la madre me insistió en que ella no tenía el valor ni la fortaleza necesarios para causarle daño a su hijo con esa noticia:

Prepararlo para su muerte o para los que tenemos fe cristiana, su encuentro con el Padre.

Y así fue cómo, llena de profundo dolor pero al mismo tiempo convencida de que debía cumplir algo que era una obligación de amor, me llené de valor y empecé una de las conversaciones más profundas y estimulantes que he tenido en toda mi vida. Jonathan, a esta altura de la enfermedad, tenía un tumor del tamaño de una naranja detrás del ojo, lo que había deformado su carita y le había hecho perder la vista.

Lo que no había perdido era el sentido de la vida, las ganas de luchar y la ilusión por ver a Dios cara a cara.

El niño casi no hablaba, pero asentía con la cabeza cada vez que le preguntaba algo. Y en un entramado de preguntas y asentimientos, él lo tenía claro:

Quería irse al Cielo pronto y al mismo tiempo quería hacer lo posible por ahorrarle sufrimientos a su madre

Salí de la habitación. Miré a mis amigas, pero salieron rápidamente porque las lágrimas no les permitieron sobreponerse a la situación. Me dirigí a la madre de Jonathan y la felicité por la gran labor que había hecho con su hijo.

Las madres tienen un papel  fundamental en la vida de un hijo: formar personas de bien y prepararlos para la vida eterna. Ella lo había conseguido.

Después de unos meses, seguí en contacto con ella. La historia de sufrimientos y dolores continuó. Hasta que un día llamó para decirme que Jonathan finalmente descansaba en paz. Estaba reconfortada y convencida de cómo el sufrimiento nos ayuda en algún momento a darle sentido a nuestras vidas. Ahora lo entendía.

Cuando tienes un hijo en el cielo

Para una madre la muerte de un hijo deja heridas irreparables, pero si sabemos dar un sentido trascendente a lo que nos sucede, lo podremos llevar mejor. Especialmente cuando llegan personas a nuestras vidas que nos ayudan a superarlo.

No te vayas sin compartir este conmovedor relato con tus amigos.

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